Proceso a Darwin - Capítulo 10 La religión darwinista
Capítulo 10
La religión darwinista
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l prefacio al panfleto de 1984 titulado Science and Creationism: A View From the National Academy of Sciences [Ciencia y Creacionismo: Una perspectiva desde la Academia Nacional de las Ciencias], firmado por el presidente de la Academia, Frank Press, aseguraba a la nación que es «falso … pensar que la teoría de la evolución represente un conflicto irreconciliable entre religión y ciencia». El doctor Press proseguía
La preocupación de la Academia era sólo justificar su oposición a la ciencia creacionista, y no se sintió obligada a explicar qué podría ser «religión» o bajo qué circunstancias el ámbito religioso podría tener derecho a la protección de las incursiones de la ciencia. Pero Stephen Jay Gould tuvo algo más que decir acerca de este tema, en su réplica a la acusación de Irving Kristol de que el neodarwinismo, tal como se enseña en la actualidad, incorpora «un prejuicio ideológico contra la creencia religiosa». Gould respondió que la mayoría de los científicos no muestran hostilidad a la religión, porque su tema «no choca con los intereses de la teología».
Esta declaración de limitación de responsabilidad de parte de Gould-Darwin contiene una importante ambigüedad. Si la ciencia no nos puede decir nada acerca de cómo debiéramos vivir, ¿significa esto que el conocimiento acerca de esta cuestión se puede conseguir mediante la religión, o significa que no podemos saber más del bien y del mal que un perro conoce la mente de Newton? Cada uno puede esperar y creer como pueda, pero hay algunos que dirían que las esperanzas y las creencias son meras expresiones subjetivas de sentimientos, poco más que desatinos sentimentales, a no ser que descansen sobre el firme fundamento del conocimiento científico.
Un darwinista que dice precisamente esto es el Profesor William Provine, de la Universidad de Cornell, un destacado historiador de la ciencia. Provine insiste en que el conflicto entre ciencia y religión es ineludible, hasta el punto en que las personas que consiguen retener creencias religiosas junto con una aceptación de la biología evolutiva «tienen que dejar sus cerebros a la puerta de la iglesia». De manera específica:
Segundo, la ciencia moderna implica directamente que no hay leyes inherentes morales ni éticas, ningún principio rector para la sociedad humana.
Tercero, los seres humanos son máquinas maravillosamente complejas. El ser humano individual llega a ser una persona ética por medio de dos mecanismos primordiales: la herencia y las influencias ambientales. Esto es todo lo que hay.
Cuarto, hemos de llegar a la conclusión de que cuando morimos, morimos, y éste es nuestro fin.…
Finalmente, el libre albedrío, tal como es tradicionalmente concebido —la libertad de tomar decisiones sin coerción e impredecibles entre diferentes posibles cursos de acción— sencillamente, no existe. … No hay ninguna manera en que el proceso evolutivo tal como se concibe en la actualidad pueda producir un ser verdaderamente libre para tomar decisiones.
Gould había asegurado a Kristol que entre los biólogos evolutivos hay «toda una gama de actitudes religiosas —desde la devota oración y culto diarios hasta un resuelto ateísmo». Yo, por mi parte, he observado mucho más de lo último que de lo primero, y Provine está de acuerdo conmigo. Él informa de que la mayoría de los biólogos evolutivos son ateos, «y muchos han sido llevados ahí por su comprensión del proceso evolutivo y de otra ciencia». Los pocos que no ven un conflicto entre su biología y su religión «son o bien obtusos, o bien compartimentados en su manera de pensar, o son en realidad ateos sin darse cuenta de ello». Las organizaciones científicas ocultan el conflicto por temor a poner en peligro la financiación de la investigación científica, o porque piensan que la religión juega un papel útil en la educación moral. Según Provine, que tenía específicamente en mente la declaración de 1984 de la Academia, «estas justificaciones son políticas, pero intelectualmente no son nada honradas».
No es difícil conciliar todas estas declaraciones cuando desentrañamos la confusa terminología. La Academia tiene literalmente razón al decir que no hay incompatibilidad entre «evolución» y «religión». Cuando estos términos no son definidos de una manera específica, ninguno de ambos tiene suficiente contenido para ser incompatible con nada. Ni siquiera hay ningún conflicto entre la evolución y la religión teísta. Dios bien podría haber «creado» desarrollando gradualmente una clase de criatura procediendo de otra. No es una evolución de esta clase lo que los científicos tienen en mente, pero no ganan nada con poner esto en claro ante el público.
La observación de Gould es similarmente engañosa. La mayoría de los científicos aceptan lo que se llama la «distinción entre hechos y valores», y no pretenden que una descripción científica de lo que «es» pueda llevar directamente a una teoría de lo que «debiéramos» hacer. Por otra parte, tampoco consideran que todas las declaraciones sobre ética sean igualmente racionales. Una persona racional comienza con lo que es conocido y real y no con lo que es desconocido e irreal. Tal como George Gaylord Simpson explicaba esto:
Una doctrina científica que establezca los límites entre religión verdadera y falsa no es ciertamente «antirreligiosa», pero contradice las tranquilizadoras declaraciones de la Academia en el sentido de que religión y ciencia sean ámbitos separados y mutuamente exclusivos del pensamiento humano.
Los naturalistas científicos no ven contradicción alguna, porque nunca significaron que los ámbitos de la ciencia y de la religión tengan la misma dignidad e importancia. Para ellos, la ciencia es el ámbito del conocimiento objetivo; la religión es cosa de creencia subjetiva. Ambos ámbitos no deberían entrar en conflicto porque una persona racional siempre prefiere el conocimiento objetivo a la creencia subjetiva, cuando está disponible lo primero. Las religiones que están basadas en ideas intelectualmente insostenibles (como la de que hay un Creador que de alguna manera comunicó Su voluntad a los humanos) se encuentran en el reino de la fantasía. La religión naturalista, que busca en la ciencia su imagen de la realidad, es una forma de dirigir fuerzas irracionales con propósitos racionales. Puede rendir un útil servicio para conseguir apoyo para programas científicos en áreas como la protección ambiental y la investigación médica.
La Afiliación Científica Americana (American Scientific Affiliation — ASA) incurrió en las iras de los darwinistas por mezclar el tipo erróneo de religión con la ciencia. La membresía de la ASA está compuesta de profesores de ciencia y otros que se identifican como cristianos evangélicos comprometidos a la vez con Jesucristo y con una comprensión científica del mundo natural. Los científicos creacionistas fundamentalistas se separaron hace años de la ASA, disgustados por la disposición de sus miembros a aceptar no sólo la evidencia geológica de que la tierra es muy antigua, sino también la teoría de evolución biológica.
Los dirigentes de la ASA han abrazado por lo general el «compatibilismo» (la doctrina de que la ciencia y la religión no están en conflicto porque ocupan ámbitos separados) y la «evolución teísta». La evolución teísta no es fácil de definir, pero comporta un esfuerzo por mantener que el mundo natural está regido por Dios y a la vez evitar el desacuerdo con el establecimiento darwinista en cuestiones científicas. Debido a que los darwinistas se han ido volviendo más y más explícitos acerca de las implicaciones religiosas y filosóficas de su sistema, esta estrategia llevó a que el teísmo en el evolucionismo de la ASA quedase sometido a presiones cada vez mayores.
Pero el compatibilismo tenía sus límites, y algunos líderes de la ASA se sintieron impulsados a la acción por el intenso prejuicio naturalista del panfleto de 1984 de la Academia Nacional, que intentaba dar la impresión al público de que la ciencia tiene bien encarrilados todos los principales problemas de la evolución. Con el apoyo de la fundación, la ASA produjo su propio folleto ilustrado, titulado Teaching Science in a Climate of Controversy: A View from the American Scientific Affiliation [La enseñanza de la ciencia en un clima de controversia: Una perspectiva de la Afiliación Científica Americana], que fue enviado a miles de profesores de escuelas. El tenor general del folleto era alentar a una actitud abierta, especialmente en «cuestiones abiertas» acerca de si la vida realmente surgió por azar, cómo los primeros animales pudieron evolucionar en la explosión cámbrica, y cómo evolucionaron la inteligencia y el modo de andar erguido de los hombres.[1]
Los miembros de la ASA que escribieron La enseñanza de la ciencia esperaban ingenuamente que la mayoría de los científicos acogerían bien su contribución como correctivo a la desmesurada confianza que tiende a proyectar la ciencia evolucionista cuando intenta persuadir al público a no abrigar ningún tipo de dudas. Pero las organizaciones científicas oficiales están en guerra con el creacionismo, y su política es exigir la rendición sin condiciones. Los que pretenden ser científicos pero que intentan convencer a los profesores de escuela que hay «cuestiones abiertas» acerca de la comprensión naturalista del mundo, son traidores en esta guerra.
La operación de castigo no se hizo esperar. Un «consultor científico» de California llamado William Bennetta, que ha hecho una profesión de perseguir a los creacionistas, organizó un pelotón de pesos pesados de la ciencia para condenar el opúsculo de la ASA como «un intento de reemplazar la ciencia por un sistema de pseudociencia dedicado a confirmar las narraciones bíblicas». Una revista llamada The Science Teacher [El Profesor de Ciencias] publicó una colección de ensayos dirigida por Bennetta, titulado «Los científicos lamentan un astuto nuevo paquete de creacionismo». Nueve destacados científicos, incluyendo entre ellos a Gould, Futuyma, Eldredge y Sarich, contribuyeron duras condenas de La enseñanza de la ciencia. El mensaje generalizado era que la ASA era un engañoso frente creacionista que esconde un programa literalista bíblico bajo la pretensión de objetividad científica.
Las acusaciones dejaron aturdidos a los autores de La enseñanza de la ciencia, y estaban tan alejadas de la realidad que los conocedores de la ASA podrían haberlas considerado erróneamente como calumnias deliberadas. Pero sería un error pensar que había ninguna intención de engañar, porque los naturalistas científicos realmente fanáticos no reconocen sutiles distinciones entre los teístas. Para los fanáticos, las personas que dicen que creen en Dios son o bien inofensivos sentimentalistas que añaden algún lenguaje acerca de Dios a una perspectiva básicamente naturalista, o son creacionistas. En ambos casos se trata de necios, pero en el segundo caso son además una amenaza.
Desde el punto de vista de un fanático, los escritores de la ASA habían proporcionado unas claras pruebas de su propósito creacionista. ¿Por qué, si no, insistían acerca de «cuestiones abiertas», excepto para implicar que Dios podría haber intervenido en la aparición de nuevas formas? Por definición, esta sugerencia es creacionismo, y la ASA admite ser una organización de cristianos que aceptan la autoridad de la Biblia. Por tanto, su verdadera razón para rechazar la evolución científica tenía que ser que contradice la narración bíblica. ¿Qué otra razón podría haber?
Mezclar religión y ciencia es aborrecible para los darwinistas sólo cuando se está mezclando la religión inadecuada. Para demostrar esto, podemos citar a dos de los más importantes fundadores de la síntesis moderna, Theodosius Dobzhansky y Julian Huxley. La religión del «humanismo evolucionista» de Julian Huxley ofrecía a la humanidad «el deber sagrado» y «la gloriosa oportunidad» de tratar «de impulsar la máxima plenitud del proceso evolutivo sobre la tierra». Esto no significaba meramente dedicarse a asegurar que los organismos que tuviesen más descendencia siguiesen teniendo más descendencia, sino impulsar la «más plena realización» de las «posibilidades inherentes» de la humanidad. Inspirado por la misma visión, el filósofo y reformador educativo John Dewey lanzó en 1933 un movimiento de «humanismo religioso», cuyo Manifiesto reflejaba la suposición corriente entre los naturalistas científicos en aquella época de que la final debacle de la religión teísta introduciría una nueva era de progreso científico y de cooperación social para la humanidad. Poco después, Hitler y Stalin proporcionaron una impresionante materialización de algunas de las posibilidades inherentes de la humanidad. Los sucesores de Dewey admitieron en 1973 que se necesitaba de un nuevo Manifiesto, porque los acontecimientos de los anteriores cuarenta años habían hecho que la declaración original «pareciese excesivamente optimista».
El Manifiesto revisado hace algunas concesiones no muy entusiastas a la realidad, como que «la ciencia ha traído males a veces, en lugar de bienes», y que «las religiones tradicionales no son desde luego el único obstáculo al progreso humano». El mensaje general es el mismo que en el primero: que la salvación viene por medio de la ciencia.
El científico-filósofo que fue más allá que nadie más para sacar un mensaje de optimismo cósmico a partir de la evolución fue Pierre Teilhard de Chardin, el nada ortodoxo paleontólogo jesuita que tuvo un importante papel en los descubrimientos de los Hombres de Piltdown y de Pequín. Teilhard tenía como objetivo actualizar el cristianismo estableciéndolo directamente sobre la roca de la evolución y no sobre ciertos acontecimientos que se decía que habían ocurrido en Palestina hacía casi dos mil años. Los darwinistas más rigurosamente materialistas echaron de lado la filosofía de Teilhard como una presuntuosa barbaridad, pero atrajo intensamente a personas con una tendencia mental más espiritual, como Theodosius Dobzhansky.
En su réplica a Irving Kristol, Gould citó a Dobzhansky, «el gran evolucionista de nuestro siglo, y ortodoxo ruso de toda la vida», para ilustrar la compatibilidad de la evolución con la religión. Para Dobzhansky, ambas cosas eran mucho más que compatibles, porque escribió en su libro Mankind Evolving [La Humanidad en evolución] que Darwin había sanado «la herida infligida por Copérnico y Galileo». Esta herida era el descubrimiento de que la tierra, y por ello el hombre, no era el centro del universo. El darwinismo la había sanado al situar a la humanidad como el centro espiritual del universo, porque ahora el hombre comprende la evolución y tiene la capacidad potencial de asumir el control sobre ella. Dobzhansky dijo lleno de regocijo: «La evolución ya no tiene que ser un destino impuesto desde el exterior; se puede concebir su control por parte del hombre, en conformidad a su sabiduría y a sus valores». Para mayores detalles remitía a sus lectores a las siguientes citas, que destilan la «inspiradora visión» de Teilhard:
En resumen, la evolución es el Dios al que tenemos que adorar. Nos está llevando al cielo, al «Punto Omega», en jerga de Teilhard, que es:
El ingenuo optimismo de estos intentos de conformar una religión científica sobrevive en el contemporáneo movimiento de la «Nueva Era», pero la tendencia entre los darwinistas en la actualidad es adoptar una perspectiva más sombría de las expectativas para la humanidad. Escribiendo en 1989, Maitland Edey y Donald Johanson especulan que el Homo sapiens pueda estar al borde de la autoextinción como resultado de una guerra nuclear o de un cataclismo ecológico. Esta deprimente situación es consecuencia de una tecnología desbocada que produce enormes cantidades de residuos tóxicos, destruye las selvas y la capa de ozono, y permite un crecimiento demográfico desenfrenado. Somos incapaces de tratar de manera inteligente con estos problemas porque «en nuestro fuero interno somos apasionadas gentes de la edad de piedra» capaces de crear tecnología pero no de controlarla. Edey y Johanson creen que la ciencia está a punto de desarrollar la capacidad técnica para diseñar «mejores personas» mediante ingeniería genética. Si la humanidad tiene que evitar la extinción, ha de reunir la voluntad política de asumir el control de la evolución, y hacer de ella en el futuro un asunto de decisión humana y no de ciega selección.
Los continuados esfuerzos en basar una religión o sistema ético sobre la evolución no son ningún fenómeno extraño, y prácticamente todos los principales escritores darwinistas lo han intentado. La evolución darwinista es una imaginativa historia acerca de quienes somos y de dónde vinimos, es decir, se trata de un mito creacional. Como tal, es un evidente punto de partida para la especulación acerca de cómo deberíamos vivir y qué deberíamos valorar. Un creacionista comienza apropiadamente con la creación de Dios y la voluntad de Dios para con el hombre. Un naturalista científico comienza igual de apropiadamente con la evolución y con el hombre como producto de la naturaleza.
En su dimensión mitológica, el darwinismo es la historia de la liberación de la humanidad del engaño de que su destino está controlado por un poder superior al suyo. Careciendo de conocimiento científico, los hombres atribuyen al principio los acontecimientos naturales como el clima y las enfermedades a seres sobrenaturales. Al aprender a predecir o a controlar fuerzas naturales echan de lado a los espíritus inferiores, pero una religión más evolucionada retiene el concepto de un Creador racional que rige el universo.
Por fin se llega al más grande de todos los descubrimientos científicos, y los humanos modernos aprenden que son producto de un proceso natural ciego que no tiene ningún objetivo y que no se cuida para nada de ellos. La resultante «muerte de Dios» es experimentada por algunos como una gran pérdida, y por otros como una liberación. Pero, ¿liberación para qué? Si la naturaleza ciega ha producido de alguna manera una especie humana con capacidad para regir la tierra con sabiduría, y si esta capacidad ha sido anteriormente invisible sólo porque había sido ahogada por la superstición, entonces las perspectivas para la libertad y dicha humanas no conocen límites. Éste era el mensaje delManifiesto Humanista de 1933.
Otra posibilidad es que una naturaleza sin propósito haya producido un mundo regido por fuerzas irracionales, donde la fuerza da la razón y en el que la libertad humana es un delirio. En este caso, el derecho a gobernar pertenece a cualquiera que pueda controlar en uso de la ciencia. Sería ilógico para los gobernantes preocuparse mucho por lo que la gente dice que desean, porque la ciencia les enseña que los deseos son producto de fuerzas irracionales. En principio, a la gente se le puede hacer querer algo mejor. No es bondadoso dejarlos como están, porque los cavernícolas apasionados, cuando tienen en sus manos el poder de la tecnología científica, no pueden hacer más que destruirse a sí mismos.
Tanto si el darwinista adopta la perspectiva optimista como si adopta la pesimista, es imperativo enseñar al público a comprender el mundo tal como lo entienden los científicos naturalistas. Los ciudadanos han de aprender a contemplar la ciencia como la única fuente fiable de conocimiento y como el único poder capaz de mejorar (o incluso preservar) la condición humana. Esto, como veremos, implica un programa de adoctrinamiento bajo el disfraz de la educación pública.
[1] Los siguientes párrafos reflejan el tema general de La enseñanza de la ciencia:
Muchos aspectos de la evolución están siendo estudiados en la actualidad por científicos que tienen varios grados de creencia o incredulidad acerca de Dios. No importa cómo resulten estas investigaciones, la mayoría de los científicos están de acuerdo en que una «ciencia creacionista» basada en una tierra de sólo unos miles de años no provee una base teórica suficiente sana para servir como alternativa razonable.
Evidentemente, es difícil enseñar evolución —o incluso evitar enseñarla— sin introducirse en una controversia cargada con todo tipo de implicaciones: científicas, religiosas, filosóficas, educativas, políticas y legales. Los dogmatizadores en cada extremo que insisten en que la suya es la única posición sostenible tienden a dar una apariencia poco atractiva a ambos lados de la cuestión.
Pero muchas personas inteligentes que aceptan la evidencia de una tierra de miles de millones de años y que reconocen que las formas de vida han cambiado drásticamente a lo largo de mucho de este tiempo, se toman también la Biblia en serio y adoran a Dios como su Creador. Algunos (aunque no todos) de los que afirman la creación sobre una base religiosa pueden contemplar la macro-evolución como una posible explicación de cómo Dios ha creado nuevas formas de vida.
En otras palabras, existe un amplio terreno medio en el que creación y evolución no son vistos como antagonistas.
Título - Proceso a Darwin
Título original - Darwin on Trial
Autor - Phillip E. Johnson, A.B., J.D.
Traducción del inglés: Santiago Escuain
Publicado en línea por SEDIN con permiso expreso del autor, Dr. Phillip E. Johnson. Se puede reproducir en todo o en parte para usos no comerciales, a condición de que se cite la procedencia reproduciendo íntegramente lo anterior y esta nota.
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