Proceso a Darwin - Capítulo 2 Selección Natural

Capítulo 2
Selección Natural


M

uchas veces se ha contado la historia de Charles Darwin, y no es de extrañar. La relación con el abogado-geólogo Charles Lyell, el largo viaje en el Beagle con el temperamental Capitán Fitzroy, las observaciones y aventuras en América del Sur y en las Islas Galápagos, los largos años de preparación y postergación, la publicación finalmente apresurada de El Origen de las Especies, cuando Alfred Russell Wallace apareció dispuesto a publicar una teoría similar, las controversias y el enorme triunfo — todo esto conforma una gran saga que siempre vale la pena volver a contar. Pero mi tema no es la historia, sino la lógica de la actual controversia, y por tanto mi interés ha de radicar en el darwinismo, no en Darwin. Tampoco me interesan las diferencias entre la teoría tal como Darwin la propuso y como la entienden los neodarwinistas en la actualidad, que tienen la ventaja de una mayor comprensión de la genética que ha alcanzado la ciencia desde los tiempos de Darwin. Mi propósito es explicar qué conceptos emplea la teoría contemporánea, qué declaraciones significativas hace acerca del mundo natural, y qué puntos puede haber de controversia legítima.

El clásico libro de Darwin argumentaba tres proposiciones importantes relacionadas. La primera era que «las especies no son inmutables». Con eso se refería a que han aparecido nuevas especies en el largo decurso de la historia de la tierra mediante un proceso natural que llama «descendencia con modificaciones». La segunda proposición era que este proceso evolutivo puede extenderse para que dé cuenta de toda o casi toda la diversidad de la vida, porque todos los seres vivos descendieron de un número muy pequeño de antecesores comunes, quizá de un solo antecesor microscópico. La tercera proposición, y una de las más distintivas del darwinismo, era que este vasto proceso fue conducido por la selección natural, o «supervivencia de los más aptos», una fuerza conductora tan eficaz que podía lograr prodigios de manufactura biológica que las personas de épocas anteriores habían creído que exigía la mano conductora de un creador.[1] El tema de este capítulo es la prueba que haya en favor de esta tercera proposición.

El tema no es si hay selección natural. Naturalmente que hay, y que tiene un efecto manteniendo la idoneidad genética de una población. Los bebés con severos defectos de nacimiento no sobreviven hasta la madurez sin caros tratamientos clínicos, y los seres que no sobreviven para reproducirse no dejan descendientes. Estos efectos nadie los discute, pero el darwinismo afirma mucho más que meramente el hecho de que las especies evitan el deterioro genético debido a la atrición natural entre los genéticamente incompetentes. Los darwinistas afirman que esta misma fuerza de atrición tiene un efecto edificador tan poderoso que puede comenzar con una célula bacteriana y manufacturar gradualmente a sus descendientes, a lo largo de miles de millones de años para producir maravillas como árboles, flores, hormigas, aves y humanos. ¿Cómo sabemos que tal cosa es posible?

La evolución darwinista postula dos elementos. El primero es lo que Darwin denominó «variación», y lo que los científicos actualmente llaman mutación.[2] Las mutaciones son cambios genéticos que ocurren al azar y que casi siempre son dañinos cuando producen efectos en el organismo lo suficientemente grandes como para hacerse visibles, pero que ocasionalmente pueden mejorar ligeramente la capacidad del organismo para sobrevivir y reproducirse. Los organismos generalmente producen más descendencia que la que puede sobrevivir hasta la madurez, y de la descendencia que posee una ventaja de esta clase se puede esperar que, a igualdad de otras condiciones, produzca más descendencia que los miembros menos aventajados de la especie. Al proseguir el proceso de supervivencia diferencial, el rasgo va extendiéndose paulatinamente por toda la especie. y puede llegar a ser la base para adicionales mejoras cumulativas en generaciones sucesivas. Dado el tiempo suficiente, y las suficientes mutaciones del tipo adecuado, se pueden llegar a producir órganos enormemente complejos y pautas de conducta adaptativas en pequeños pasos cumulativos, sin ayuda de ninguna inteligencia preexistente.

Es decir, todo esto puede suceder si la teoría es cierta. Darwin no podía señalar a cambios impresionantes de la selección natural en acción, y por ello tuvo que recurrir continuamente al argumento de la analogía. En palabras de Douglas Futuyma:

Cuando Darwin escribió El Origen de las Especies, no pudo presentar ningún caso de selección natural porque nadie los había buscado. Recurrió en lugar de ello a una analogía con la selección artificial que emplean los criadores de animales y de plantas para mejorar variedades domesticadas de animales y plantas. Al criar sólo en base de las ovejas más lanudas, de las gallinas más fértiles, etc., los criadores han tenido unos éxitos espectaculares en alterar casi cualquier rasgo imaginable de nuestros animales y plantas domésticos, hasta el punto en que la mayoría de ellos difieren de sus antecesores silvestres mucho más que difieren de ellos las especies relacionadas.


La analogía con la selección artificial es engañosa. Los criadores de plantas y animales emplean la inteligencia y el conocimiento especializado para seleccionar las razas para crianza y para proteger a sus ganados o plantas de los peligros naturales. Pero la tesis de la teoría de Darwin era establecer que los procesos naturales sin propósito pueden tomar el puesto de un designio inteligente. El hecho de que argumentase citando los logros de diseñadores inteligentes sólo demuestra que el adepto público de su teoría era sumamente falto de sentido crítico.

La selección artificial no es básicamente la misma clase de cosa que la selección natural, sino que se trata de algo fundamentalmente diferente. Los criadores humanos producen variaciones en las ovejas o en las palomas con propósitos inexistentes en la naturaleza, incluyendo el puro deleite en ver cuánta variación puede conseguirse. Si los criadores estuviesen interesados tan solo en conseguir animales capaces de sobrevivir en el medio natural, no existirían los extremos de variación. Cuando los animales domésticos vuelven al estado silvestre, las líneas más especializadas perecen rápidamente, y los sobrevivientes revierten al tipo silvestre original. La selección natural es una fuerza conservadora que impide la aparición de los extremos de variación que a los criadores humanos les gusta impulsar.

Lo que muestra en realidad la selección artificial es que hay límites definidos a la cantidad de variación que puedan conseguir incluso los criadores más diestros. La crianza de animales domésticos no ha producido ninguna nueva especie, en el sentido comúnmente aceptado de nuevas comunidades de crianza que sean interfértiles cuando se crucen con el grupo progenitor. Por ejemplo, todos los perros forman una sola especie porque son químicamente capaces de fertilización, aunque en algunos casos la diferencia de tamaño hace impracticable la cópula natural. El eminente zoólogo francés Pierre Grassé llegó a la conclusión de que los resultados de la selección artificial constituyen un poderoso testimonio en contra de la teoría de Darwin:

A pesar de la intensa presión generada por la selección artificial (con la eliminación de todo progenitor que no responda al criterio impuesto) a lo largo de milenios enteros, no surgen nuevas especies. Un estudio comparativo de los sueros, hemoglobinas, proteínas de la sangre, interfertilidad, etc., demuestra que las razas permanecen dentro de la misma definición específica. Esto no es cosa de opinión o de clasificación subjetiva, sino una realidad mensurable. El hecho es que la selección da forma tangible a y reúne todas las variedades que un genoma es capaz de producir, pero no constituye un proceso evolutivo productor de innovaciones.


En otras palabras: la razón de que los perros no se vuelvan tan grandes como los elefantes, y mucho menos que cambien a elefantes, no es sencillamente que no los hemos estado criando selectivamente durante el tiempo suficiente. Los perros no tienen la capacidad genética para esta magnitud de cambio, y dejan de hacerse más grandes cuando llegan al límite genético.

Los darwinistas no están de acuerdo con este criterio, y tienen algunos argumentos que dar. Señalan con orgullo a los experimentos de laboratorio con las moscas de la fruta. Estos experimentos no han producido más que moscas de la fruta, pero sí han producido cambios en una multitud de rasgos. Se han desarrollado híbridos de plantas que se pueden cruzar entre sí, pero no con las especies progenitoras, con lo que se ajustan a la definición establecida de nueva especie. Con respecto a los animales, los darwinistas atribuyen su incapacidad de producir nuevas especies a la falta de tiempo suficiente. Los humanos han estado criando perros sólo durante unos pocos miles de años, pero la naturaleza tiene millones e incluso cientos de millones de años a su disposición. En algunos casos, existen evidencias circunstanciales convincentes de evolución que ha producido nuevas especies en la naturaleza. Ejemplos conocidos incluyen los cientos de especies de moscas de la fruta en Hawai y las famosas variaciones entre los «pinzones de Darwin» en las Islas Galápagos.

Es indiscutible que el tiempo disponible se ha de tener en cuenta al evaluar los resultados de los experimentos de crianza, pero es también posible que el mayor tiempo disponible para la naturaleza quede más que contrarrestado por el poder del propósito inteligente que actúa en la selección artificial. Con respecto a los famosos experimentos de la mosca de la fruta, por ejemplo, Grassé observa que «la mosca de la fruta (drosophila melanogaster), el insecto favorito de los genetistas, cuyos genotipos geográficos, biotropicales, urbanos y rurales son ahora conocidos del derecho y del revés, no parecen haber cambiado desde los tiempos más remotos». La naturaleza ha tenido tiempo sobrado, pero sencillamente no ha estado actuando como los experimentadores.

La falta de tiempo sería una excusa razonable si no hubiese otro factor conocido que limitase el cambio que se puede producir mediante selección, pero de hecho el cambio selectivo queda limitado por la variabilidad inherente en el fondo genético. Después de un número de generaciones, se agota la capacidad de variación. Se puede concebir que fuese renovada mediante mutaciones, pero no se sabe si esto sucede (y si sucede, con cuanta frecuencia).

El fondo no es si la selección ha conseguido jamás una especiación (esto es, la producción de una nueva especie). Una especie biológica es simplemente un grupo capaz de interfertilizarse. El éxito en dividir una población de moscas de la fruta en dos o más poblaciones separadas que no pueden fertilizarse entre sí no constituiría evidencia de que un proceso similar puede producir con el paso del tiempo una mosca de la fruta de una bacteria. Si los criadores consiguiesen un día producir un grupo de perros que puedan reproducirse entre ellos pero no cruzarse con otros perros, habrían sólo dado el más pequeño de los pasos hacia la demostración de las importantes pretensiones de Darwin.

Que la analogía con la selección artificial sea defectiva no lleva necesariamente a que la teoría darwinista sea errónea, pero sí significa que tendremos que buscar evidencias más directas para ver si la selección natural posee un efecto creativo. Pero antes de examinar lo que los darwinistas han podido encontrar, hemos de preguntar si las pruebas son siquiera necesarias. Por extraño que parezca, hay muchas declaraciones en la literatura darwinista que significan que la validez de la teoría puede ser demostrada sencillamente como cuestión de lógica.

La selección natural como tautología

Muchos de los neodarwinistas más destacados han escrito en una u otra ocasión que la selección natural es una tautología, una forma de decir la misma cosa dos veces. En esta formulación, la teoría predice que los organismos más aptos son los que producirán más descendencia. Es importante documentar este punto, porque muchos darwinistas se han convencido a sí mismos que la idea de la tautología es un malentendido introducido en la literatura por creacionistas y otros detractores poco inteligentes. Pero aquí tenemos unos pocos ejemplos recogidos por Norman Macbeth:

J. B. S. Haldane (1935): «... la frase “supervivencia de los más aptos” es una especie de tautología. Lo mismo sucede con la mayoría de los teoremas matemáticos. No hay mal alguno en decir la misma verdad de dos formas diferentes.»

Ernst Mayr (1963): «… los individuos que tienen más cantidad de descendencia son por definición … los más aptos.»

George Gaylord Simpson (1964): «La selección natural favorece a los más aptos sólo si se define a los más aptos como los que dejan más descendientes. De hecho, los genetistas lo definen de esta manera, lo que puede ser conducente a confusión para otros. Para un genetista, la aptitud no tiene nada que ver con la salud, la fuerza, el atractivo o nada sino la eficacia en la reproducción».


La explicación de Simpson que acabamos de citar indica por qué no es fácil formular la teoría de la selección natural de otra forma que como tautología. Por ejemplo puede parecer evidente que es ventajoso para un corcel salvaje poder correr más velozmente, pero en el sentido darwinista esto será cierto sólo hasta el punto en que un corcel más veloz engendre más descendencia. Si la mayor velocidad lleva a caídas más frecuentes, o si los corceles más veloces tienden a alejarse de las yeguas y a perder oportunidades reproductivas, entonces la mejora puede ser desventajosa.

Prácticamente cualquier rasgo puede ser ventajoso o desventajoso, dependiendo de las condiciones ambientales que le rodeen. ¿Parece que la capacidad de volar es evidentemente una ventaja? Darwin emitió la hipótesis de que la selección natural pudo haber llevado a que los escarabajos de Madeira perdiesen la capacidad de volar, porque los escarabajos voladores tenderían a ser arrastrados al mar por el viento. El gran cerebro humano exige un cráneo grande, lo que causa incomodidad y peligro para la madre durante el parto. Suponemos que nuestro tamaño de cerebro es ventajoso porque los humanos civilizados dominan el planeta, pero está bien lejos de ser evidente que el cerebro grande fuese una ventaja neta en las circunstancias en que se supone que evolucionó. Entre los primates en general, los que tienen cerebros más grandes no son los que tienen menor peligro de extinción.

En todos estos casos podemos suponer que una característica es ventajosa porque una especie que la tiene parece estar medrando, pero en la mayor parte de los casos es imposible identificar la ventaja con independencia del resultado. Por eso insistía tanto Simpson en que «ventaja» no tiene ningún significado inherente aparte del éxito real en la reproducción. Todo lo que podemos decir es que los individuos que produjeron la mayor parte de la descendencia debieron tener las cualidades precisas para producir la mayor parte de descendencia.

El famoso filósofo de la ciencia Karl Popper escribió en cierta ocasión que el darwinismo no es realmente una teoría científica, porque la selección natural es una explicación universal, que puede explicar cualquier cosa, y que por ello no explica nada. Popper se echó atrás de esta postura después de verse asediado por indignadas protestas darwinistas, pero había estado plenamente justificado al asumirla. Tal como escribió en su propia defensa, «algunos de los más ilustres darwinistas contemporáneos formulan ellos mismos la teoría de una manera que resulta en la tautología de que los organismos que dejan más descendencia son los que dejan más descendencia», citando a Fisher, Haldane, Simpson «y otros». Uno de los «otros» era C. H. Waddington, cuyo intento de dar buen sentido a esta tesis merece ser conservado para la posteridad:

La principal contribución de Darwin fue, naturalmente, la sugerencia de que la evolución puede ser explicada por la selección natural de variaciones al azar. La selección natural, que fue al principio considerada como si se tratase de una hipótesis necesitada de confirmación experimental u observacional, resulta, tras un examen más preciso, ser una tautología, una declaración de una relación inevitable pero anteriormente no reconocida. Declara que los individuos más aptos en una población (definida como aquellos que dejan más descendencia) dejarán más descendencia. Este hecho no reduce en absoluto la magnitud del logro de Darwin; sólo después que fue claramente formulado pudieron los biólogos darse cuenta del enorme poder de este principio como instrumento de explicación.


Esta no fue una declaración informal, sino un juicio meditado publicado en un trabajo presentado en la gran convocatoria de la Universidad de Chicago en 1959 para celebrar el centenario de la publicación de El Origen de las Especies. Aparentemente, ninguna de las distinguidas autoridades presentes le dijo a Waddington que una tautología no explica nada. Cuando quiero saber cómo un pez puede llegar a transformarse hasta llegar a ser un hombre, no se me ilustra en nada si se me dice que los organismos que dejan más descendencia son los que dejan más descendencia.

No es difícil comprender cómo los darwinistas líderes fueron llevados a formular la selección natural como una tautología. La síntesis neodarwinista contemporánea surgió de la genética de poblaciones, un campo anclado en las matemáticas y cuyo interés se centra en estudiar con qué rapidez podrían esparcirse ventajas mutativas muy pequeñas en el seno de una población. Las ventajas en cuestión eran presuposiciones en un teorema, no cualidades observadas en la naturaleza; naturalmente, los matemáticos tendieron a pensar en ellas como . Esta forma de pensar se extendió a los zoólogos y paleontólogos, que encontraron conveniente suponer que su teoría guía era cierta simplemente por definición. En tanto que los críticos de fuera no estuviesen prestando atención, no había peligro que se denunciase el absurdo de la formulación tautológica.

Lo que sucedió para cambiar esta situación es que el comentario de Popper recibió una gran cantidad de publicidad, y que los creacionistas y otros críticos hostiles comenzaron a citarlo para apoyar su afirmación de que el darwinismo no es en realidad una teoría científica. Los darwinistas mismos se dieron cuenta de lo peligroso de la situación, y a partir de entonces se les dijo firmemente a los críticos que suscitaban la cuestión de la tautología que sólo estaban demostrando su incapacidad de comprender el darwinismo. Pero como veremos en capítulos posteriores, en la práctica la selección natural sigue siendo empleada en su formulación tautológica.

Si el concepto de selección natural fuese realmente sólo una tautología, podría terminar yo el capítulo aquí en este punto, porque un ejemplo de vacía repetición evidentemente no tiene la capacidad de conducir un proceso evolutivo en su largo trayecto desde la primera macromolécula reproductora hasta los actuales seres humanos. Pero aunque la selección natural puede ser formulada como una tautología, como frecuentemente ha sucedido, también puede ser formulada en otras maneras que no pueden ser desechadas con tanta facilidad. Hemos de pasar a considerar estas otras posibilidades.

La selección natural como argumento deductivo

Los visitantes del Museo Británico de Historia Natural encontrarán bien visible para la venta el manual del museo sobre evolución, escrito por el paleontólogo Colin Patterson. Cuando él considera el rango científico del darwinismo, Patterson escribe que la teoría puede presentarse en forma de un argumento deductivo, por ejemplo:

1. Todos los organismos han de reproducirse;
2. Todos los organismos exhiben variaciones hereditarias;
3. Las variaciones hereditarias difieren en su efecto sobre la reproducción;
4. Por ello, las variaciones con efectos favorables sobre la reproducción tendrán éxito, las que tengan efectos desfavorables fracasarán, y los organismos cambiarán.

Patterson observa que el teorema establece sólo que tendrá lugar alguna selección natural, no que sea una explicación general para la evolución. Realmente, el teorema no establece siquiera que los organismos cambiarán. El margen de las variaciones hereditarias puede ser estrecho, y las variaciones que sobreviven pueden ser sólo lo suficientemente favorables para mantener la especie como es. Posiblemente las especies cambiarían mucho más (en dirección de una eventual extinción) si los individuos menos favorecidos consiguiesen reproducir su tipo con mayor frecuencia. Que el efecto de la selección natural sea el de impedir que una especie cambie no es una mera posibilidad teórica. Como veremos en el Capítulo Cuatro, la característica dominante de las especies fósiles es laestasis, la ausencia de cambio. Hay numerosos «fósiles vivientes» que son muy parecidos en la actualidad a como eran hace millones de años, al menos hasta donde podamos determinarlo.

Patterson no es el único evolucionista que cree que la selección natural es cuestión de lógica deductiva, aunque la mayor parte de los que han empleado esta formulación han manifestado tener mucho más respeto por la teoría que el que él aparenta. Por ejemplo, el investigador del origen de la vida A. G. Cairns-Smith empleó la formulación silogística (sustancialmente como el mismo Darwin la había expresado) para explicar cómo organismos complejos pueden evolucionar de otros muy sencillos.

Darwin nos persuade acerca de que la construcción aparentemente llena de propósito de los seres vivientes puede muchas veces, y quizá siempre, ser atribuida a la operación de la selección natural. Si tienes seres que se reproducen conforme a su naturaleza; si en ocasiones, sin embargo, se dan variaciones al azar en la descendencia; si estas variaciones se pueden heredar; si algunas de estas variaciones pueden a veces conferir una ventaja a sus poseedores; si hay competencia entre las entidades reproductivas; —si hay una producción excesiva de modo que no todos podrán producir descendencia— entonces estas entidades irán mejorando en su reproducción de su tipo. La naturaleza actúa en estas circunstancias como criadora selectiva: la raza no puede sino mejorar.


En realidad, la raza tiene a menudo gran éxito en su resistencia a los cambios, a menudo durante millones de años, por lo que ha de haber algo muy errado con esta lógica. Esta vez la confusión la genera la palabra «ventaja». Ventaja en el sentido propiamente darwinista, como nos lo explica George Gaylord Simpson, no significa mejora tal como los humanos la concebimos. Las hormigas y las bacterias poseen tantas ventajas como nosotros mismos, si lo medimos por el exclusivo criterio del éxito en la reproducción. En cualquier población, algunos individuos dejarán más descendencia que otros, incluso si la población no está cambiando o si está dirigida directamente hacia la extinción.

La selección natural como hipótesis científica

Hasta este punto hemos estado eliminando algunas falacias simples para despejar el campo de distracciones, pero ahora llegamos a la importante categoría que merece nuestro escrutinio más respetuoso. Estoy seguro que en la actualidad la mayoría de los científicos evolucionistas insistirían en que la selección natural darwinista es una hipótesis científica que ha sido tan ampliamente ensayada y confirmada por la evidencia que debería ser aceptada por las personas razonables como una explicación presumiblemente adecuada de la evolución de las formas complejas de vida. Esta hipótesis, para ser precisos, es que la selección natural (en combinación con la mutación) es un proceso evolutivo innovador capaz de producir nuevas clases de órganos y de organismos. Esto nos lleva a la pregunta crítica: ¿qué evidencia confirma que esta hipótesis es cierta?

Douglas Futuyma ha hecho el mejor trabajo de exponer las pruebas corroborativas, y aquí tenemos ejemplos que da de observaciones que confirman la eficacia creativa de la selección natural:

1. Las bacterias desarrollan de natural resistencia a los antibióticos, y las plagas de insectos se vuelven resistentes a los insecticidas, debido a la supervivencia diferencial de formas mutantes que poseen la ventaja de la resistencia.

2. En 1898, una fuerte tempestad en Massachusetts dejó centenares de pájaros muertos y moribundos tras su rastro. Alguien llevó 136 gorriones exhaustos a un científico llamado Bumpus, creo que para que cuidase de ellos, pero Bumpus estaba hecho de materia más dura, y mató a los supervivientes para medir sus esqueletos. Descubrió él que entre los gorriones machos los más grandes habían sobrevivido más frecuentemente que los más pequeños, aunque el diferencial de tamaño era relativamente pequeño.

3. Una sequía en las Islas Galápagos en 1977 provocó una carencia de semillas pequeñas de las que se alimentan los pinzones. Como consecuencia, estos pájaros tuvieron que comer semillas más grandes, que generalmente pasan de largo. Después de una generación, hubo tanta mortalidad entre los pinzones más pequeños, que no podían comer fácilmente las semillas más grandes, que el tamaño medio de los pájaros (y especialmente de sus picos) aumentó apreciablemente. Futuyma comenta: «Muy posiblemente, los pájaros volverán a evolucionar a su estado anterior si el medio revierte a la normalidad,[3]pero en este ejemplo podemos ver lo que podría suceder si a los pájaros se les forzase a vivir en un medio constantemente seco: evolucionarían una adaptación permanente a aquella clase de semillas que estuviesen constantemente disponibles. Esto es selección natural en acción, y no es cosa del azar».

4. El alelo (estado genético) responsable de la anemia falciforme en las poblaciones africanas está asociado también con un rasgo que confiere resistencia a la malaria. Los individuos que están totalmente exentos del alelo de anemia falciforme sufren de una elevada tasa de mortalidad por malaria, y los individuos que heredan el alelo de la anemia falciforme de ambos padres tienden a morir jóvenes por anemia. La probabilidad de supervivencia es más elevada cuando el individuo hereda el alelo de la anemia falciforme de un padre pero no del otro, y de esta manera el rasgo no queda eliminado de la población. Futuyma comenta que este ejemplo muestra no sólo que la selección natural es efectiva, sino también que es «un proceso mecánico insensible».

5. Se ha observado que las poblaciones de ratones dejan de reproducirse y se extinguen cuando quedan temporalmente «inundados» por la extensión de un gen que causa la esterilidad en los machos.

6. Finalmente, Futuyma recapitula las famosas observaciones de Kettlewell de «melanismo industrial» en la polilla del abedul. Cuando los árboles quedaron oscurecidos por el humo industrial, las polillas oscuras (melánicas) se hicieron abundantes porque los predadores tenían dificultades para verlas sobre el fondo de los árboles. Cuando los árboles se hicieron más claros debido a la reducción en la polución atmosférica, las polillas más claras adquirieron ventaja. Las observaciones de Kettlewell mostraban de manera detallada cómo el color dominante de las polillas cambió con el color dominante de los árboles. Posteriores comentaristas han observado que este ejemplo muestra estabilidad así como cambio cíclico dentro de unos límites, porque queda potenciada la capacidad de la especie para sobrevivir en un medio cambiante si mantiene en todo tiempo un suministro de polillas claras y oscuras. Si la variedad clara hubiese desaparecido totalmente durante los años de árboles oscuros, la especie hubiese quedado amenazada de extinción cuando los árboles se aclararon.

Hay algunos pocos ejemplos más en el capítulo de Futuyma, pero creo que tienen la intención de ser ilustraciones para mostrar cómo el darwinismo explica ciertas anomalías como la conducta abnegada y el abanico del pavo real, y no como ejemplos adicionales de observaciones que confirmen el efecto de la selección natural para producir cambios. Si tomamos estos seis ejemplos como los mejores disponibles de pruebas observadas de selección natural, podemos extraer dos conclusiones:

1. No hay razón alguna para dudar que circunstancias peculiares pueden a veces favorecer a las bacterias resistentes a fármacos, o a pájaros grandes frente a pequeños, o a las polillas oscuras frente a las claras. En circunstancias así, las poblaciones de bacterias sensibles a los fármacos, los pájaros pequeños y las polillas claras pueden quedar reducidas por un cierto período de tiempo, o en tanto prevalezcan aquellas circunstancias.

2. Ninguna de estas «pruebas» da ninguna razón persuasiva para creer que la selección natural pueda producir nuevas especies, nuevos órganos ni otros cambios principales, o ni siquiera cambios mínimos, que sean permanentes. El caso de la anemia falciforme, por ejemplo, muestra sencillamente que en circunstancias especiales un rasgo desventajoso puede no quedar eliminado de la población. Que los pájaros más grandes tengan una ventaja sobre los pequeños en medio de huracanes o sequías no tiene tendencia alguna a demostrar que factores similares hicieron que los pájaros viniesen en primer lugar a existir. Es muy probable que los pájaros pequeños tengan una ventaja en otras circunstancias, lo que explica que los pájaros no estén continuamente aumentando de tamaño.

Pierre Grassé se sentía tan poco impresionado por esta clase de evidencia como yo, y resume sus conclusiones al final de su capítulo sobre evolución y selección natural:

La «evolución en acción» de J. Huxley y otros biólogos es sencillamente la observación de factores demográficos, de fluctuaciones locales de genotipos, y de distribuciones geográficas. ¡A menudo, las especies observadas han permanecido prácticamente sin cambios durante cientos de siglos! Las fluctuaciones como resultado de las circunstancias, con modificaciones previas del genoma, no implican evolución, y tenemos una prueba tangible de esto en muchas especies pancrónicas [es decir, fósiles vivientes que permanecen sin cambios durante millones de años].…


Esta conclusión parece tan evidentemente correcta, que se suscita con ella otro problema. ¿Por qué otras personas, incluyendo expertos cuya inteligencia e integridad intelectual yo respeto, creen que la evidencia de fluctuaciones locales de población confirma la hipótesis de que la selección natural tiene la capacidad de obrar maravillas de ingeniería, de construir maravillas como el ojo y el ala? Todos los que estudian evolución saben que el experimento de Kettlewell con la polilla del abedul es la demostración clásica del poder de la selección natural, y que los darwinistas tuvieron que esperar un siglo para ver siquiera esta modesta confirmación de su doctrina cardinal. Todo aquel que estudia este experimento sabe asimismo que no tiene nada que ver con el origen de ninguna especie, ni siquiera de ninguna variedad, porque a través de todo el experimento ya había polillas oscuras y claras. Lo único que cambió fue la proporción de una variedad respecto a la otra. ¿Cómo puede haber gente inteligente tan crédula como para imaginar que el experimento de Kettlewell apoya en manera alguna las ambiciosas pretensiones del darwinismo? Para responder a esta pregunta hemos de considerar una cuarta manera en que se puede formular la selección natural.

La selección natural como necesidad filosófica

La Academia Nacional de las Ciencias manifestó ante el Tribunal Supremo que el rasgo más básico de la ciencia es que «se apoya en explicaciones naturalistas», en contraste a «medios sobrenaturales inaccesibles a la comprensión humana». En esta última categoría de lo inaceptable los científicos contemporáneos ponen no sólo a Dios, sino toda fuerza vital no material que supuestamente pueda conducir a la evolución en la dirección de una mayor complejidad, conciencia o lo que sea. Si la ciencia ha de llegar a cualquier explicación en absoluto de la complejidad biológica, tiene que conformarse con lo que queda cuando se ha excluido lo inaceptable. La selección natural es la mejor de las alternativas restantes, probablemente la única alternativa.

En esta situación, algunos pueden decidir que sencillamente el darwinismo tiene que ser cierto, y para tales personas el propósito de toda investigación adicional será sencillamente explicar cómo funciona la selección natural y resolver los misterios creados por aparentes anomalías. Para ellos no existe la necesidad de poner a prueba la teoría misma, porque no hay ninguna alternativa respetable frente a la que ponerla a prueba. Cualquiera que diga que la teoría misma está mal apoyada puede ser derrotado con la pregunta que solía hacer T. H. Huxley, el «Buldog de Darwin», a los dubitativos de la época de Darwin: ¿Cuál es tu alternativa?

No creo que muchos científicos se sientan cómodos aceptando el darwinismo sólo como un principio filosófico, sin tratar al menos de hallar alguna prueba empírica de su realidad. Pero hay una enorme diferencia entre ir a la prueba empírica para poner a prueba una teoría dudosa contra alguna alternativa plausible, y recurrir a la prueba para buscar confirmación para la única teoría que uno está dispuesto a tolerar. Ya hemos visto que distinguidos científicos han aceptado sin sentido crítico la dudosa analogía entre la selección natural y la artificial, y que a menudo se han quedado impertérritos ante las falacias de las formulaciones de la «tautología» y de la «lógica deductiva». Esta falta de lógica ha sobrevivido y se ha reproducido por la misma razón que a veces una especie aparentemente incompetente evita la extinción: no había competencia eficaz en su nicho ecológico.

Si no se precisa de una confirmación positiva de la potencia creativa de la selección natural, hay poco peligro que esta teoría sea refutada por datos contrarios. Los darwinistas han evolucionado una hueste de conceptos subsidiarios capaces de dar explicaciones plausibles para casi cada eventualidad concebible. Por ejemplo, los fósiles vivos, que han permanecido básicamente sin cambios durante millones de años, mientras se supone que sus primos iban evolucionando a seres más avanzados como los seres humanos, no constituyen un aprieto para los darwinistas. No llegaron a evolucionar porque no llegaron las mutaciones necesarias, o debido a «limitaciones de desarrollo», o debido a que ya estaban adecuadamente adaptados a su medio. En resumen, no evolucionaron porque no evolucionaron.

Algunos animales dan señales de advertencia cuando se aproximan predadores, aparentemente reduciendo su propia seguridad para beneficio de otros en la manada. ¿Cómo alienta la selección natural la evolución de un rasgo de sacrificio propio? Algunos darwinistas atribuyen la aparente anomalía a «selección de grupo». Las naciones humanas se benefician si contienen individuos dispuestos a morir en batalla por su país, y del mismo modo los grupos animales que contengan individuos abnegados pueden tener una ventaja sobre grupos compuestos exclusivamente de individuos egoístas.

Otros darwinistas escarnecen el concepto de selección de grupo, y prefieren explicar el altruismo sobre la base de «selección de parentesco». Al sacrificarse para preservar a su descendencia o parientes próximos, un individuo potencia la supervivencia de sus genes. De este modo, la selección puede operar al nivel genético para alentar la perpetuación de combinaciones genéticas que producen individuos capaces de conducta altruista. Desplazando el enfoque de la selección bien más arriba (al nivel del grupo), bien más abajo (al nivel genético), los darwinistas pueden fácilmente dar cuenta de rasgos que parecen contradecir la hipótesis de la selección al nivel de los organismos individuales.

Potencialmente, el instrumento explicativo más poderoso en toda la panoplia darwinista es la pleiotropía, el hecho de que un solo gen tenga múltiples efectos. Esto significa que cualquier mutación que afecte a un rasgo funcional puede cambiar también otros rasgos, y si esto es ventajoso o no depende del efecto neto. Por ello, se puede suponer que los rasgos que de entrada parecen ser no adaptativos están ligados genéticamente a rasgos más favorables, y se puede atribuir a la selección natural la preservación del conjunto.

No estoy implicando con ello que haya nada inherentemente irrazonable en invocar la pleiotropía, o la selección de parentesco, o los límites al desarrollo para explicar por qué las aparentes anomalías no son necesariamente inconsecuentes con el darwinismo. Si suponemos que el darwinismo es básicamente cierto, entonces es perfectamente razonable ajustar la teoría según sea necesario, para conformarla con los hechos observados. El problema es que los instrumentos de ajuste son tan flexibles que una vez combinados hacen difícil concebir alguna forma de poner a prueba empírica las pretensiones del darwinismo. Aparentemente, los rasgos de inadaptación pueden atribuirse a la pleiotropía, o a nuestra incapacidad de percibir la ventaja que pueda haber allí, o cuando todo falla, sencillamente al «azar». Darwin escribió que «si se pudiese demostrar que cualquier parte de la estructura de cualquier especie se hubiese formado para el bien exclusivo de otra especie, esto aniquilaría mi teoría, porque esto no podría haberse producido por selección natural». Pero éste era el mismo Darwin que insistía en que nunca había pretendido que la selección natural fuese el mecanismo exclusivo de la evolución.

Un importante concepto subsidiario —la selección sexual— ilustra la destreza de Darwin para incorporar ejemplos recalcitrantes a su teoría. La selección sexual es un componente relativamente poco importante en la teoría darwinista actual, pero para Darwin era casi tan importante como la misma selección natural. (El segundo clásico de Darwin, El linaje del hombre, es principalmente un tratado sobre selección sexual.) El ejemplo más famoso de selección sexual es el llamativo abanico del pavo real, que es evidentemente un estorbo cuando un pavo real quiere escapar de un predador. El abanico, sin embargo, es estimulante para las pavas, por lo que su posesión aumenta la probabilidad de que el pavo real consiga producir descendencia aunque disminuya su expectativa de vida.

Hasta ahí, la explicación es razonable, incluso amena, pero lo que encuentro curioso es que a los darwinistas no les preocupa lo poco idóneo que es el gusto sexual de la pava. ¿Por qué la selección natural, que se supone que formó a todas las aves a partir de predecesores inferiores, produjo una especie en la que las hembras sienten deseo por machos con decoraciones peligrosas para su vida? La pava debería haber desarrollado una preferencia por machos con talones puntiagudos y alas potentes. Quizá el gusto por abanicos esté asociado genéticamente con algún rasgo absolutamente vital como cáscaras de huevo resistentes, pero entonces, ¿por qué y cómo alentó la selección natural una vinculación genética tan absurda? Sin embargo, Douglas Futuyma proclama abiertamente que el pavo real es un problema no para los darwinistas, sino para los creacionistas:

¿Suponen de veras los científicos creacionistas que su Creador consideró apropiado crear un ave que no podría reproducirse sin un metro de abultadas plumas que lo hacen presa fácil de los leopardos?

Yo no sé lo que puedan suponer los científicos creacionistas, pero me parece que el pavo real y su pava son precisamente la clase de criaturas que un Creador lleno de fantasía podría favorecer, pero que un «proceso mecánico insensible» como la selección natural nunca permitiría desarrollar.

Lo que vemos en el comentario de Futuyma acerca del pavo real es el principio polemista de que la mejor defensa es un buen ataque, pero también vemos la influencia del apriorismo filosófico al cegar a un darwinista inteligente a la existencia de un contraejemplo. Julian Huxley escribió una vez que «la improbabilidad es algo a esperar como resultado de la selección natural; y tenemos la paradoja de que una aparente elevadísima improbabilidad en sus productos puede ser tomada como evidencia de su alto grado de eficacia». Según eso, la teoría no tiene nada que temer en base de la evidencia.

La selección natural es el elemento más famoso del darwinismo, pero no es necesariamente su elemento más importante. La selección meramente preserva o destruye algo que ya existe. La mutación es lo que ha de proveer las innovaciones favorables antes que la selección natural pueda retenerlas y potenciarlas. Esto nos lleva a nuestro siguiente tema, que exige un capítulo aparte.



[1] Darwin no insistió en que toda la evolución tuvo lugar por selección natural, ni lo hacen sus sucesores. Él escribió al final de la introducción a la primera edición (1859) de El Origen de las Especies: «Estoy convencido de que la selección natural ha sido el principal medio de modificación, pero no el exclusivo», y más adelante se quejó de la «constante tergiversación» que ignoraba esta salvedad. Por otra parte, Darwin era impreciso acerca de la importancia de las alternativas, una de las cuales era «variaciones que nos parece en nuestra ignorancia que surgen espontáneamente». Los neodarwinistas contemporáneos también practican una flexibilidad tácticamente ventajosa acerca de la frecuencia e importancia de la evolución no selectiva. Stephen Jay Gould escribió que esta imprecisión «impone una gran frustración a todo aquel que quiera caracterizar la moderna síntesis a fin de someterla a crítica», y estoy seguro de que cada crítico comparte esta frustración. Los lectores, por tanto, deberían ser cautos y no creer de entrada las declaraciones de autoridades neodarwinistas de que algún crítico ha comprendido mal o tergiversado su teoría.

[2] «Mutación», según se emplea aquí, es simplemente una etiqueta para designar al conjunto de mecanismos que proveen la variación genética sobre la que la selección natural puede actuar. Este conjunto incluye las mutaciones puntuales, el doblaje cromosómico, la duplicación genética y la recombinación. El punto esencial es que las variaciones se suponen al azar. La evolución creativa sería mucho más fácil de concebir si alguna fuerza conductora hizo que las mutaciones adecuadas llegaran en el momento oportuno. La teoría genética ortodoxa insiste en que no existe ningún principio conductor así para las mutaciones, de modo que las criaturas tienen que arreglarse con todo aquello que la naturaleza ciega les provea al azar.

[3] De hecho, eso es exactamente lo que sucedió. El artículo de Gibbs y Grant (Nature,vol. 327, pág. 511, 1987) informa que los adultos pequeños sobrevivieron mucho mejor que los grandes después del año húmedo de 1982-83, lo que invirtió totalmente la tendencia de 1977-82.

Título - Proceso a Darwin

Título original - Darwin on Trial
Autor - Phillip E. Johnson, A.B., J.D.
Traducción del inglés: Santiago Escuain
Publicado en línea por SEDIN con permiso expreso del autor, Dr. Phillip E. Johnson. Se puede reproducir en todo o en parte para usos no comerciales, a condición de que se cite la procedencia reproduciendo íntegramente lo anterior y esta nota.

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