¿Ordenó Dios la Matanza de Bebés?
Los escépticos y ateos han
criticado la descripción bíblica en cuanto a que Dios ordenó la destrucción de
poblaciones completa—incluyendo a mujeres y niños. Por ejemplo, Dios instruyó a
Saúl a través del profeta Samuel, diciendo, “Ve, pues, y hiere a Amalec, y
destruye todo lo que tiene, y no te apiades de él; mata a hombres,
mujeres, niños, y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos” (1
Samuel 15:3-4, énfasis añadido). Otros ejemplos incluyen el periodo de la
conquista de Canaán cuando Dios instruyó al pueblo israelita a exterminar a las
poblaciones cananeas que ocupaban Palestina en ese tiempo. Sin embargo, si se
examina las circunstancias y se evalúa la lógica, la Biblia se auto-exonera
consistentemente al ofrecer clarificación legítima y explicación que satisface
al que investiga honestamente la verdad.
Por ejemplo, el término
hebreo herem, que se encuentra en Josué 6:17, hace referencia a la
dedicación completa del enemigo a Dios como un sacrificio que involucra la
exterminación de la población. Se alega que el Dios de la Biblia es tan bárbaro
y cruel como cualquier dios pagano. Pero este enunciado simplemente no es
verdadero.
Si el crítico tomara el tiempo
para estudiar la Biblia y realizar una evaluación honesta de los principios de
la justicia, la ira y el amor de Dios, se daría cuenta de la interacción
perfecta y armoniosa entre estas cualidades. La venganza de Dios no es como las
explosiones impulsivas, irracionales y emocionales de los dioses paganos o los
seres humanos. Él es infinito en todos Sus atributos, y por ende, perfecto en
justicia, amor e ira. Así como la condenación final de los pecadores al castigo
eterno será justo y apropiado, el juicio temporal de la gente impía en el
Antiguo Testamento fue ético y justo. Los seres humanos no tienen un buen
entendimiento de la gravedad del pecado y la naturaleza deplorable del mal y la
maldad. El sentimentalismo no es una medida calificada para la verdad divina y
la realidad espiritual.
Es increíblemente irónico que el
ateo, el agnóstico, el escéptico y el liberal intenten juzgar el comportamiento
ético de Dios, ya que si alguien sostiene su posición, entonces no existe tal
cosa como un estándar autoritativo absoluto y objetivo por el cual se puede
declarar que algo es correcto o incorrecto. Como el filósofo existencialista
francés, Sartre, admitió: “De hecho, todo está permitido si Dios no existe…
Tampoco…se nos provee ningún valor o mandamiento que pudiera legitimar nuestro
comportamiento” (1961, p. 485). El ateo y el agnóstico no tienen fundamento en
absoluto para hacer distinciones morales o éticas—excepto a causa de la
simple preferencia personal. El mismo hecho que ellos admitan la
existencia de la maldad objetiva es un reconocimiento involuntario
que existe un Dios que estableció un sistema absoluto de juicios
morales.
Lo cierto es que los cananeos, a
quienes el pueblo de Dios debía destruir, fueron destruidos a causa de su
maldad (Deuteronomio 9:4; 18:9-12; Levítico 18:24-25,27-28). La cultura y
religión cananea en el segundo milenio a.C. estaba contaminada, corrupta y
pervertida. Sin duda la gente estaba físicamente enferma a causa de su
comportamiento ilícito. Simplemente no había solución viable para su condición
excepto la destrucción. Su depravación moral había “llegado a su colmo”
(Génesis 15:16). Ellos habían bajado a tal estado inmoral depravado, sin
esperanza de recuperación, que se debía exterminar su existencia en la
Tierra—como en el tiempo de Noé cuando Dios esperó mientras Noé predicaba por
años, pero no pudo convencer a la población del mundo a dejar su maldad
(Génesis 6:3,5-7; 1 Pedro 3:20; 2 Pedro 3:5-9). La inclusión de los niños en la
destrucción de tales poblaciones realmente les libraba de una peor condición:
ser criados para llegar a ser tan malvados como sus padres y por ende enfrentar
el castigo eterno. Según la Biblia, todas las personas que mueren en la
infancia son bienvenidas al paraíso y finalmente residirán en el cielo. Los
niños que tienen padres que son malos naturalmente sufren inocentemente
mientras están en la Tierra (e.g., Números 14:33).
Los que no están de acuerdo con
la aniquilación divina del malo en el Antiguo Testamento tienen la misma
actitud liberal que ha llegado a prevalecer en Norteamérica durante medio
siglo. Esta actitud comúnmente se ha opuesto a la pena capital, como también a
la disciplina corporal de niños. Tales personas simplemente no pueden ver
justicia en el hecho que se castigue a los malhechores por medio de la muerte o
el dolor físico. Sin embargo, su punto de vista es torcido—y el resto de
nosotros está forzado a vivir con las consecuencias de ese pensamiento
pervertido: jovencitos indisciplinados y fuera de control que provocan estragos
en nuestra sociedad al perpetrar crímenes en niveles sin precedentes
históricos.
Para ser consistentes, los que
rechazan la ética de la actividad destructiva divina en el Antiguo Testamento
deben rechazar a Jesús y el Nuevo Testamento. Una y otra vez, Jesús y los
escritores del Nuevo Testamento aprobaron y defendieron tal actividad (e.g.,
Lucas 13:1-9; 12:5; 17:29-32; 10:12; Hebreos 10:26-31). La Biblia provee la
explicación lógica, sensible y significativa en cuanto a los principios de la
retribución, el castigo y las condiciones sobre las cuales se puede destruir la
vida física.
REFERENCIAS
Sartre, Jean Paul, (1961), “El
Existencialismo y el Humanismo” [“Existentialism and Humanism”], Filósofos
Franceses desde Descartes a Sartre [French Philosophers from Descartes to
Sartre], ed. Leonard M. Marsak (Nueva York: Meridian).
Apologetics
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